martes, 12 de mayo de 2009

UN LUGAR PARA EL AMOR

Por Alejandra Hornos H.
Una de las constantes que se evidencian en la práctica clínica, son los relatos de encuentros entre hombres y mujeres, que más que encuentros son des-encuentros. Los tan mentados “juicios por defraudación”, juicios entablados al otro idealizado en un primer momento; están a la orden del día. Se hace evidente la “amnesia de los cuentos de hadas”, hombres y mujeres olvidamos que el príncipe azul antes del beso era un sapo y que la hermosa princesa era la bruja antes de la poción mágica. Las demandas quedan evidenciadas: “ya no es como al principio”, “algo cambió, no es la persona que yo conocí”, “ahora veo la otra cara de la moneda” cuando en un principio… creían ver la “cara de Dios”. Lo cierto, es que estos “problemas de pareja” infaltables en lo real de hacer lazo social, no solo afectan a los hombres y mujeres que las conforman, también afectan en forma directa a la vida familiar en general; llegando en muchas oportunidades a su máximo exponente: “la violencia intrafamiliar”. Parafraseando a Sigmund Freud, de lo que da cuenta la “patología de la vida cotidiana” es que hombres y mujeres, lejos de resolver “abismos relacionales”, los ahondan y profundizan. Jorge Luis Borges, escritor argentino; cita en uno de sus poemas referido a la ciudad de Buenos Aires “…no nos une el amor sino el espanto, será por eso que te quiero tanto…” y si bien Buenos Aires es una ciudad, parece que en esto de hacer lazo con el otro u lo otro del amor, las modalidades son similares. Hombres y mujeres, en numerosas ocasiones parecen estar unidos más que por el amor, por el espanto. En el juramento sacramental de “permanecer unidos hasta que la muerte los separe”, parece jugarse el destino inevitable de la relación: la muerte del amor. En lo cotidiano de la “experiencia amorosa”, el enlace y desenlace entre el amor, el deseo y el goce; cobra un espacio relevante en su permanencia. Su combinatoria da como resultado la construcción de organizaciones libidinales diferentes, algunas tendiendo al “principio del placer” y la mayor parte tendiendo a un “más allá” de este principio. Retomando la cita de Borges, y pensándola como letra viva del alma de los sujetos sufrientes, se vislumbra que justamente la unión por el “espanto” tiene que ver con la pulsión mortífera: “el goce”. Para quienes están poco familiarizados con la teoría psicoanalítica estructural, el “goce”, es el nombre que Lacan da a la “pulsión de muerte” freudiana, refiere al “placer en el sufrimiento”. Uno podrá preguntarse, ¿quién elegiría, desde lo consciente sufrir y seguir adelante con modalidades de relación nocivas? Sin embargo, ya Freud hablaba de la pulsión de muerte y la compulsión a la repetición, remarcando la tendencia en el género humano a ir “más allá del principio del placer” y no solo eso, sino también a hacerlo en una forma repetitiva. En la actualidad, hombres y mujeres refieren en sus habituales quejas: “yo no tengo alma de mártir”, sin embargo se quedan, citando parte de la letra de un viejo tango…“como abrazado a un viejo rencor”. Si se tratara solo de elegir en forma consciente, la mayor parte de nosotros huiríamos hacia el lado contrario de las “tortuosas relaciones amorosas”, pero parece que tenemos una inclinación marcada al “bolero” y justamente viene a mi mente la dulce voz de Ana Belén junto al buen mozo de Antonio Banderas; cantando el bolero “no sé por qué te quiero”. Tras repetir el título en la balada ella pregunta: “… ¿será que tengo alma de bolero?” y en el devenir musical, Antonio, reprochando que Ana lo trata como a un perro entona: “…piensa que es libre porque anda suelto, mientras arrastra la soga al cuello”. Pensamos que somos libres, pero la “soga que arrastramos al cuello” es la ignorancia sobre nuestro goce y nuestro deseo, lo que creemos querer muchas veces no es lo que deseamos y allí se produce parte del gran desencuentro. Ser libres nos remite a poder elegir y a hacernos cargo de nuestras elecciones. La ética psicoanalítica apunta a una responsabilidad plena, no solo de las elecciones conscientes, sino también de las inconscientes. Posibilitar al sujeto conocer de su goce y su deseo es posibilitar que sepa “donde está metido”. Si no conoce de su goce y de su deseo, ¿Cómo responsabilizarse de las elecciones? Si no sabe “dónde está metido” sólo puede elegir desde un lugar, el lugar de la repetición.
¿Qué oferta entonces, el psicoanálisis? Oferta un espacio de escucha y trabajo más allá de lo emocional. Un enfoque desde el cual si bien se considera que desde lo universal se persigue el bien para todos, en lo particular de cada uno de los sujetos encontramos su goce. Si desde el universal lo que aparecen son las intenciones, desde lo particular encontramos la responsabilidad y las consecuencias. Conocer del goce y del propio deseo, permite al sujeto dejar de decir “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. Saber “donde está metido” abre al sujeto la posibilidad de elegir y accionar en una lógica del no-todo, en la que siempre que se elige, algo se pierde. El tratamiento psicoanalítico opera actualizando la castración, ubicando un lugar vacío, símbolo de una falta indispensable para que el encuentro amoroso sea posible. Un encuentro que más que ello, presentifica un desencuentro en el cual el modo de salida es mediante el amor, ya que éste al decir de Lacan, Permite al goce condescender al deseo (1). Cuando un hombre y una mujer se encuentran, lo hacen para participar de la “comedia de los sexos” (2). Para bailar, como puedan, la danza de la “no-relación sexual”. Esa no-relación que el amor procura velar pero que apenas consigue poner en escena en tanto las mujeres y los hombres no son otra cosa que falsificaciones del Otro del la madre y del padre, lo que llevó a Lacan a afirmar que “no existe LA relación sexual” (3). El psicoanálisis con Lacan, formula la imposibilidad de que exista una norma de la relación entre los sexos. Si no hay satisfacción plena y si no existe una norma, a cada uno le queda inventar una solución particular que se apoya en su síntoma. Solución más o menos distintivas, original, sostenido en mayor o menor medida en la tradición y en las reglas comunes. Sin embargo, puede también remitir a la ruptura o a una cierta clandestinidad. Se evidencia entonces, que la relación entre los sexos no tiene una solución que pueda ser “para todos”, marcada por el sello de lo que no tiene cura se mostrará indefectiblemente defectuosa, ya que en el ser hablante, el sexo remite al “no-todo”. La relación sexual no existe, sólo existen relaciones sexuales. Lacan también dirá que tampoco existe LA Mujer y con esto quiere significar que no es posible agrupar a las mujeres en un universal que las englobe a todas (3). Ellas son, “una por una”, sin armar un conjunto. Si La relación sexual no existe y tampoco existe La mujer… ¡¿Qué existe entonces?! Lo que existe es “una relación sexual” entre un hombre y una mujer teñida en las particularidades del uno por uno y caso por caso. No existe el todo que completa la falta esencial por estructura, existe el sapo-príncipe y la bruja-doncella (o viceversa según la escena de la comedia de los sexos en la que estemos involucrados en ese momento). En algún tiempo de la experiencia amorosa los ideales caen, he aquí lo insoportable de que algo pueda faltar. Existe una mujer y un hombre en un encuentro sexual; que más que encuentro es des-encuentro, por tanto soportar la falta del Otro y la propia, será una posible salida.
Notas 1. Lacan, J. Seminario X: “La angustia”. (2006). Ed. Paidós. Buenos Aires, Argentina, 2. Miller, J. A. “De la naturaleza de los semblantes”. (2005). Ed. Paidós. Buenos Aires, Argentina. 3. LACAN, j. Seminario XX: “Aún”. (“2004). Ed. Paidós. Buenos Aires, Argentina.