sábado, 10 de abril de 2010

EL ESPACIO DE LA PSIQUIATRÍA

Desde el año 2009, miembros del Sector Santa Cruz de la ACF de Bolivia, sostenemos un diálogo sobre la práctica clínica con psiquiatras y residentes en psiquiatría del Hospital Psiquiátrico San Benito Meni . Como resultado de este enriquecedor diálogo hemos encontrado como punto en común el lugar, que la “ciencia” le otorga a nuestros particulares saberes, en tanto que psicoanálisis y una línea de la psiquiatría actual trabajan con una noción de cuerpo y de síntoma diferente a la que concibe la medicina tradicional. Es dentro de este marco que el Dr. José Ariel Rojas Martínez colabora en este número del Boletín "Agalma", con un artículo que refiere al recorrido que ocupa la psiquiatría en la “ciencia” desde sus inicios hasta hoy.
A continuación, el artículo escrito por el Dr. José Ariel Rojas Martinez - Médico Psiquiatra, Responsable del Departamento de Docencia e Investigación del Hospital Psiquiátrico "San Benito Menni." Las enfermedades mentales, como el resto de las enfermedades, han sido y aún lo son, terreno de la magia y de la religión durante siglos. Recién hacia 1800 comienza en Francia, con Philipe Pinel (1745-1826) y su “Tratamiento Moral” el primer esbozo de una rama médica que plantea la observación y descripción de las conductas de los enfermos. Uno de sus discípulos, Esquirol (1782-1840) instaura el primer curso de formación para estos nuevos especialistas, quienes en los años posteriores, describieron y clasificaron las múltiples formas de insanía. Para entonces y luego de la introducción del término por el alemán Johann Reil en 1803, la psiquiatría como rama de la medicina y práctica científica estaba dando sus primeros pasos. Desde mediados del siglo XIX, dos figuras marcan la dirección a la cual se dirige esta joven especialidad. Por un lado Kraepelin (1856-1926) quien sostiene la atenta escucha del paciente respecto de su enfermedad como pilar para la descripción de los síntomas que padece y por otro Freud (1856-1939), que introduce la teoría del inconsciente y la técnica del psicoanálisis en la cultura y la ciencia. Con los años, la medicina ha desarrollado diversas y avanzadas técnicas de evaluación y terapéutica que han hecho más tratables a las enfermedades. Los progresos son evidentes y se extienden de lo macro a lo microscópico, incluyendo una gama de intervenciones y ante todo, métodos diagnósticos con el uso de marcadores biológicos e imagenología, que desnudan cada centímetro del cuerpo y su funcionamiento. Así, el modelo de “enfermedad” ha funcionado para la medicina, sin embargo y pese a los notables y laboriosos esfuerzos de muchos, otro ha sido el curso para la psiquiatría. Enfermedades tratadas antes por psiquiatras, como la neurosífilis y algunas epilepsias, saltaron al saber de la neurología en el momento en que se definió su etiopatogenia y quedó claro su tratamiento. Mas, los esfuerzos por aproximarse a una medicina curativa y no solo descriptiva, comenzaron a dar frutos en el nacimiento de la psicofarmacología. En 1949, John Cade, un psiquiatra australiano, probó la utilidad del litio para el tratamiento de pacientes maníacos. En 1950, Denicker y Delay, dieron vida al síndrome neuroléptico con el uso de la clorpromazina, el primer antipsicótico farmacológico, antes de lo cual, las técnicas para estos pacientes consistían en baños fríos, shocks insulínicos y la muy útil, pero siempre controvertida terapia electroconvulsiva. Historias parecidas se vivieron con los antidepresivos, en los que cabe especial mención a la llamada “Píldora de la felicidad”, Fluoxetina, que inspiró culturalmente a parte de la década de 70’s y 80’s. Estos avances y los intentos por perfeccionarlos, como la búsqueda incesante de antipsicóticos no-neurolépticos y de antidepresivos, obligaron a establecer clasificaciones consensuadas que sirvieran de plataforma para la investigación y aplicación de las nuevas medidas terapéuticas y se alejaran del modelo longitudinal de la psicopatología descriptiva, apoyándose en la fenomenológica y su eterno deseo de identificar causas en el orden de lo real para los síntomas de la mente. Empujada de algún modo por el movimiento “anti-psiquiatría”, esta especialidad se ve en la obligación de una rectificación conceptual; renunciando a tratar “enfermedades”, para pasar a tratar “trastornos”. De tal manera, los manuales diagnósticos y estadísticos de mayor difusión y uso, el DSM-IV de la Asociación Americana de Psiquiatría y el CIE-10 para la salud mental de la OMS, describen en listas de criterios diagnósticos a “Trastornos Mentales”, entendiendo que estas entidades, no se ajustan al modelo de enfermedad. En el 2003, la Asociación Americana de Psiquiatría concedió la presente declaración: "La ciencia del cerebro no ha avanzado al nivel en que los científicos o clínicos puedan señalar ya las lesiones patológicas o las anormalidades genéticas que en sí mismas sirvan como biomarcadores confiables de una enfermedad mental dada o un grupo de trastornos mentales... "(2). Sin embargo, no se puede negar que la investigación para esclarecer esta hipótesis, está en manos de otro actor en la escena de la medicina actual. Richard Smith, antiguo editor de la "British Medical Journal” escribió sobre cómo la industria farmacéutica puede sutilmente influenciar lo que los médicos creen que es científicamente válido: "Debo confesar que me tomó casi un cuarto de siglo de editar el BMJ para despertar al hecho de lo que estaba pasando"(3). Desde entonces Smith ha estado poniendo en alerta al mundo científico sobre los peligros en el sistema actual de difusión del conocimiento médico. Quienes reciben visitas de laboratorios de fármacos intentan ser seducidos por productos, que en estudios patrocinados por sus mismos fabricantes, muestran notables variaciones en remisiones y resultados, tratando cada nueva molécula, de forma eficaz a un mayor número de “Trastornos” al mismo tiempo. Ante esta oportunidad invaluable, de reintegrarse al vientre materno médico y su modelo biológico, muchos psiquiatras intentan elaborar listas de combinaciones psicofarmacológicas y de medir sus resultados terapéuticos solo ante la luz de la prescripción, bajo la premisa que aquel paciente que no mejora, es un paciente mal medicado, quizá olvidando que en la medida en que la psiquiatría trata de cerrar conocimientos se aleja más de su propio espíritu abierto a la escucha y la descripción y se aproxima más a su prehistoria, centrando la curación en solamente quien la administra y su comprensión única y subjetiva de quien padece. Al respecto, el Dr. Aníbal Goldchluk, psiquiatra y psicoanalista, expresa en relación a la formación en médicos psiquiatras: “La diferencia está entre los que tienen formación psicoanalítica y los que no, en cuanto a poder advertir fenómenos clínicos que entran en consideración con lo subjetivo e histórico de una persona” (4). Uno no quita lo otro, y la necesidad de la psicofarmacología y especialistas médicos que la administren está más que sustentada, como lo aclara Julio Moizeszowicz, otro psiquiatra y psicoanalista: “El que administra la medicación está preparado en los aspectos cuantitativo-químicos de las invasiones neuroquímicas al aparato psíquico, en las que la palabra no tiene acceso….y sí lo puede hacer el fármaco que baja en forma categórica una invasión cuantitativa que desorganiza el aparato psíquico, sea un antipsicótico que desciende químicamente la misma, o un antidepresivo que aumenta la cantidad de estimulaciones del aparato” (5). Entonces, el psiquiatra puede articular aquello que le otorga ejercer una rama médica y aquello que lo involucra frente a un sujeto sufriente y su historia, de la cual padece. En lo personal, pocas veces estuve tan de acuerdo como hace unos días, con un amable Neurólogo, sub-especializado en epilepsias, que en una plática expresaba: “Con todo respeto creo que la psiquiatría no existe, es la neurología de lo que no se sabe”. Me gustó mucho el concepto acerca de ese particular espacio para la psiquiatría.
(1) On the 16 August 2003, six "psychiatric survivors" with a history of mental health treatment in the United States began a hunger strike to challenge the American Psychiatric Association (APA) (2) Smith, Richard, "Medical Journals are an Extension of the Marketing Arm of Pharmaceutical Companies", 8 julio 2006 & 17 mayo 2006, PLoS Medicine Vol. 2, No. 5 (3) y (4) “El Psicofármaco y la clínica psicoanalítica”, Roberto Neuburger y Mario Pujó, 2008: www.elpsitio.com.ar

SÍNTOMA, AMOR Y LAZO SOCIAL

Por Fabiana Chirino O.
El ser humano es un ser social por naturaleza, postula la psicología. Ubicando a la relación con el otro en el orden de lo natural, de lo común e intrínseco a todo sujeto, como una capacidad y necesidad de vincularse con otros de su especie. Sin embargo el psicoanálisis planteará que no hay nada de natural en el lazo social, en tanto es una construcción posibilitada por el lenguaje y por lo tanto marcada por el desencuentro y la imposibilidad de una relación unitaria que promete hacer de dos sujetos: Uno. Si el sujeto hace lazo con el otro, como efecto de la marca significante, de su inclusión en el campo del Otro del lenguaje, cabe darle al síntoma una función. Esto porque lo que al ser hablante le permite relacionarse es cierta modalidad singular de goce, subyacente en el síntoma. Así, el síntoma como una construcción subjetiva que entrama la paradoja del goce: mal- estar en una dimensión, y placer o ganancia en otra, se constituye en lo más propio de un sujeto, en tanto condensa su historia y los recursos propios de su estructura. De modo que el síntoma pasa de ser una categoría eminentemente simbólica, que a modo de metáfora incluye el desplazamiento de contenido inconsciente que lo causó, a inscribirse como el cuarto nudo que en la neurosis enlaza lo simbólico (significantes), lo imaginario (identificaciones) y lo real (punto irreductible de goce). Es un efecto del nombre del padre y del pasaje por el Edipo, que se constituye en una modalidad en la que el sujeto se sostiene para hacer lazo con el Otro. Esta teorización, correspondiente al último momento de la enseñanza de Lacan, nos remite al uso del síntoma y al trabajo de análisis, que a diferencia de la psicoterapia no se “esmera” en levantar el síntoma, sino en vaciarlo de su sentido de goce. Goce sentido, sentido de goce son elementos que el sujeto neurótico transporta en sus dichos, explicaciones e interpretaciones de aquello inaprensible, inasible por la lengua y que es la No existencia de La Relación Sexual, entendida como la ficción de la unión y comunión de dos en Uno, metáfora del amor. Lacan en el Seminario XX, Aún dirá: “El amor es impotente, aunque sea recíproco, porque ignora que no es más que el deseo de ser Uno, lo cual nos conduce a la imposibilidad de establecer la relación entre ellos. ¿La relación de ellos, quiénes? – dos sexos” (Lacan; 2006:14) (1). Es por ello que frente a la imposibilidad e impotencia de hacer de dos, Uno, y la angustia frente al vacío de significación que represente a La Relación sexual, el neurótico “inventa” un síntoma, una forma de hacer lazo y de hacer consistir la relación entre un hombre y una mujer, como una proporción sexual, que asegure la felicidad en el encuentro. Se trata de un intento fallido que a pesar de sostener al sujeto en una posición, no logra cubrir la hiancia, de allí su insistencia y repetición. Notas: (1) Lacan, Jacques. Seminario XX: Aún. Ed. Paidos, Ed. 2006

UNA APROXIMACIÓN PSICOANALÍTICA A LA LITERATURA

Por Alejandra Hornos H. "Esperando que un mar sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta en el lugar en el que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa."
Pizarnik, Alejandra. En: Obras completas. Buenos Aires, Corregidor, 1994.
En la constante de hacer lazo con el otro, utilizamos el lenguaje para comunicar, para expresar lo que sentimos, queremos, deseamos. Tejemos con palabras sentidos que intentan significar la esencia de lo que queremos comunicar y en esta tarea cotidiana muchas veces escuchamos o decimos; “no encuentro las palabras…”, “si pudiese encontrar las palabras precisas….” “no me alcanzan las palabras….” Y tantas otras frases que algo dicen de lo insuficiente del lenguaje. Inclusive en muchas oportunidades decimos, escuchamos, leemos o escribimos palabras “inventadas” recreadas con recursos como guiones o ausencias de espacio, para poder decir “algo más”, infinidades de ejemplos hay en poesías y prosas.
La literatura nos presenta un texto, un tejido hecho de palabras que han sido encontradas para poder significar algo, pero a la vez un espacio en el cual las mismas podrán ser des-encontradas para poder ser escuchadas como “letra viva” en el inconsciente del autor y del lector, quienes optimizan ese espacio para reconocerse. Una aproximación entre psicoanálisis y literatura nos permite entender a esta última como uno de los lugares en el que el inconsciente encuentra un espacio para revelarse.
Escrito por el autor, y leído por el lector, el texto literario halla lógicas de elaboración e interpretación singulares, propias de cada sujeto. Lógicas, de una realidad psíquica a las que el sujeto no puede acceder directamente pero sí a través de los sucesivos desvíos que construirán un “texto” propio. Las representaciones de la pulsión que han sido reprimidas pretenden pasar al plano consciente y aparecen veladas en sueños, lapsus, olvidos, chistes, síntomas y al ser elaboradas desde lo simbólico del lenguaje, producirán un texto literario. Las obras literarias narran, nada más y nada menos, que una tragedia: “la tragedia del yo”, la cual no es otra que la de “haber dejado de reinar en su propia casa".
El texto literario puede entenderse como un recurso para nombrar de alguna forma “lo que no cesa de no inscribirse” y haciendo borde en el límite entre lo real y lo simbólico se constituye en un lugar de goce estético en el cual el sujeto puede acceder a conocer algo de sí. Tanto la literatura como el inconsciente alertan sobre la existencia del registro de lo real, que quedará como nunca dicho, registro que no es otro que “la roca viva” de la que habla Freud y que Lacan llamará “la Cosa”. Literatura e inconsciente, "quieren decir lo que no se dice" y así comparten condensaciones y desplazamientos; metáforas y metonimias. Una reconocida escritora argentina: Alejandra Pizarnik, hace letra viva de lo expuesto anteriormente en uno de sus “textos”... “…cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa". Las palabras “dicen lo que dicen, pero también más” y ese “más”, no será suficiente, habrá un “resto” imposible de significar y es por eso que las palabras intentan decir “otra cosa”, una que sin embargo nunca será cabalmente dicha. Algo de lo que quiere decirse podrá ser aprehendido mediante la palabra y su tejido, pero no todo, “No todo es significante”, dirá Lacan. En la incesante búsqueda del sujeto de tratar de hacer lazo con el otro mediante el lenguaje, la palabra será: “salvación y calvario”, hablamos, para dar cuenta de lo percibido pero la palabra no alcanza para dar cuenta del universo, hablamos para atrapar algo de lo que se nos presenta en él. “Las palabras matan la cosa”, dirá Lacan retomando a Hegel, y lo hacen para que el universo acceda a ser nombrado, significado. Sin embargo, quedará un resto… porque la palabra no alcanza. La palabra que no alcanza, mata la cosa para que las palabras tengan nombre y sin –embargo, quedará un “resto” imposible de significar.