sábado, 10 de abril de 2010

UNA APROXIMACIÓN PSICOANALÍTICA A LA LITERATURA

Por Alejandra Hornos H. "Esperando que un mar sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta en el lugar en el que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa."
Pizarnik, Alejandra. En: Obras completas. Buenos Aires, Corregidor, 1994.
En la constante de hacer lazo con el otro, utilizamos el lenguaje para comunicar, para expresar lo que sentimos, queremos, deseamos. Tejemos con palabras sentidos que intentan significar la esencia de lo que queremos comunicar y en esta tarea cotidiana muchas veces escuchamos o decimos; “no encuentro las palabras…”, “si pudiese encontrar las palabras precisas….” “no me alcanzan las palabras….” Y tantas otras frases que algo dicen de lo insuficiente del lenguaje. Inclusive en muchas oportunidades decimos, escuchamos, leemos o escribimos palabras “inventadas” recreadas con recursos como guiones o ausencias de espacio, para poder decir “algo más”, infinidades de ejemplos hay en poesías y prosas.
La literatura nos presenta un texto, un tejido hecho de palabras que han sido encontradas para poder significar algo, pero a la vez un espacio en el cual las mismas podrán ser des-encontradas para poder ser escuchadas como “letra viva” en el inconsciente del autor y del lector, quienes optimizan ese espacio para reconocerse. Una aproximación entre psicoanálisis y literatura nos permite entender a esta última como uno de los lugares en el que el inconsciente encuentra un espacio para revelarse.
Escrito por el autor, y leído por el lector, el texto literario halla lógicas de elaboración e interpretación singulares, propias de cada sujeto. Lógicas, de una realidad psíquica a las que el sujeto no puede acceder directamente pero sí a través de los sucesivos desvíos que construirán un “texto” propio. Las representaciones de la pulsión que han sido reprimidas pretenden pasar al plano consciente y aparecen veladas en sueños, lapsus, olvidos, chistes, síntomas y al ser elaboradas desde lo simbólico del lenguaje, producirán un texto literario. Las obras literarias narran, nada más y nada menos, que una tragedia: “la tragedia del yo”, la cual no es otra que la de “haber dejado de reinar en su propia casa".
El texto literario puede entenderse como un recurso para nombrar de alguna forma “lo que no cesa de no inscribirse” y haciendo borde en el límite entre lo real y lo simbólico se constituye en un lugar de goce estético en el cual el sujeto puede acceder a conocer algo de sí. Tanto la literatura como el inconsciente alertan sobre la existencia del registro de lo real, que quedará como nunca dicho, registro que no es otro que “la roca viva” de la que habla Freud y que Lacan llamará “la Cosa”. Literatura e inconsciente, "quieren decir lo que no se dice" y así comparten condensaciones y desplazamientos; metáforas y metonimias. Una reconocida escritora argentina: Alejandra Pizarnik, hace letra viva de lo expuesto anteriormente en uno de sus “textos”... “…cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa". Las palabras “dicen lo que dicen, pero también más” y ese “más”, no será suficiente, habrá un “resto” imposible de significar y es por eso que las palabras intentan decir “otra cosa”, una que sin embargo nunca será cabalmente dicha. Algo de lo que quiere decirse podrá ser aprehendido mediante la palabra y su tejido, pero no todo, “No todo es significante”, dirá Lacan. En la incesante búsqueda del sujeto de tratar de hacer lazo con el otro mediante el lenguaje, la palabra será: “salvación y calvario”, hablamos, para dar cuenta de lo percibido pero la palabra no alcanza para dar cuenta del universo, hablamos para atrapar algo de lo que se nos presenta en él. “Las palabras matan la cosa”, dirá Lacan retomando a Hegel, y lo hacen para que el universo acceda a ser nombrado, significado. Sin embargo, quedará un resto… porque la palabra no alcanza. La palabra que no alcanza, mata la cosa para que las palabras tengan nombre y sin –embargo, quedará un “resto” imposible de significar.